Nada. Sólo de nuevo esa sensación de
vacío permanente, vacía como la cerveza que se estruja hasta la
última gota al saber que es la definitiva de la noche. Llevándote
cual medalla de guerra la etiqueta del botellín.
De la nada… Salir de un piso con un
rastro de tristeza interno, queriéndolo disimular con sonrisas de
grandeza para no pensar.
Algo, ese algo que siempre hace daño,
esa palabra, ese comentario, ese recuerdo que te quema y que no sabes
por qué.
Acabado, abatido en un sofá, pensando
que otras cosas de provecho hacer, pero ninguna te parece tan
provechosa como para dejar de imaginar cosas… Esas cosas que
provocan un sentimiento más fuerte que el amor, más fuerte que el
odio…
El miedo a pensar, a quedarse solo
imaginando un mundo que ni al mismísimo Lewis Carroll se le hubiera
ocurrido.
Y te levantas una mañana, con la
almohada llena de babas, esperando que ese dolor de cabeza que tanto
te es familiar borre el miedo a volver al presente, te lleve a
aplicar la frase “el pasado hay que dejarlo atrás”, y dejarlo
sólo en eso…
En recuerdos, en medallas colgadas a demérito, en
cosas que pasan.
5/5/10